El Universo corre en mis venas. La sangre caliente se dirige
a mis órganos para alimentarlos, para envolverlos en sabiduría traída desde
fuera. La música que escuchan mis oídos alimenta los latidos de mi corazón y el
aire busca ansiosamente oxigenar mis células. Mis manos, aturdidas, no
descansan de traducir lo que mis lágrimas no saben expresar. Soy un trapo en
este momento. No desfallezco, sin embargo. Me animo con la certeza de que todo
pasará, de que la sabiduría que me rodea sabe lo que hace. Me llenan las
cuerdas de la viola y Bach vuelve a vivir después de 300 años. Con él me siento
bajo la luz de la vela en una noche fría para verter sobre el pentagrama las
vibraciones del ser complejo que lucha por escapar de las leyes físicas. Tras
la ventana, la noche amenaza con aplastarnos pero una fuerza interior se niega
y resguarda su luz. Sabe que el camino tenebroso es una mentira y que el
Universo entero le pertenece. Cuida cada paso. Cada paso resuena en su vientre.
Cada paso duele y le convence de que ese pequeño ser es lo más importante. Ese
pequeño ser que camina con miedo es su obra maestra. Tan frágil y gigante a la
vez. Llora porque no sabe que es hijo del infinito o lo olvidó. Las estrellas
atestiguan su soledad interior. En ese
desierto están todas las respuestas y ninguna. Ceso de buscar porque nada he
perdido. Bach vuelve a reposar y la chacona tiene otro sentido. Ese canto nuevo
dice al universo que lo entiende, que quiere devolverle con amabilidad la
vibración que generó el espíritu que hay en mí, el espíritu que soy. Encontré
la respuesta que ahora me sirve. La respuesta es: GRACIAS.
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