Wednesday, July 21, 2010

Sin deudas

En el silencio insaciable de fantasmas,
en la bulla ensordecedora del pensamiento,
en cada desagradable sorbo del tiempo
aparece lejos, aparece cerca, no sé,
el frío, la sed, el desespero.
Aprende, hijo que no naces,
a amar la vida, bien fácil, bien dificil.
Suave y dura, amarga y dulce.
En mí está vencer mis miedos
y liberarte, que vivas los tuyos,
sin reclamar a nadie, sin deberlos.

Una noche al amanecer

Encayada en su cama, náufraga de sus propias decisiones, aceptó por fin que estaba ciega. La vista que tanto había cuidado a lo largo de su vida no era capaz ya de ver la realidad que había construído. A los setenta años no ganan mucho los sueños a los recuerdos y más si esos recuerdos fueron simples sueños frustrados.

Al colocar los pies en el frio suelo, a tientas buscó su reloj. Ahora tocaba saber que el tiempo transcurre porque se escucha el movimiento de las manecillas de su fiel reloj. El tic-tac mantienen en vilo la espera de cualquier excusa antes de lo inevitable.

Esa madrugada Evangelina derrotó la angustia de levantarse sabiéndose ciega. Al atravesar la sala en busca del lavamanos pensó en que siempre había sido una mujer de costumbres. Desde los tiempos en los que el cantar de los gallos indicaba que debía levantarse para justificar su existencia en aquella casa donde el valor de la familia se medía solo con la dureza con que los mayores ejercían su función de guardas de la infelicidad.Quizás ahora, cuando esos recuerdos pesan más, pensó que esos mismos tíos suyos fueron tratados de la misma manera.
Inmediátamente, con sus manos en cuenco, lavó frenéticamente su rostro y lo encontró un poco más delgado. Sus manos no eran capaces de esconder la realidad. Los ojos, en cambio, ven lo que quieren ver.

Tuesday, July 13, 2010

Al final...la luz

Un solo tono le bastó para reconocer la canción. La música hace que las ideas se entiendan sin necesidad de palabras. No hay quien explique y sí quien comprenda. Evangelina notaba el silencio que esa noche hacía de la casa un lugar extraño. Muchos años había pasado desde la última vez que aprovechó la soledad. En sus años de juventud disfrutaba de su desnudez sin ojos que husmearan. Ahora su única forma de sentirse liberada era cantar. Montones de canciones acumuladas durante cuarenta años de vivir en la gran capital comenzaban a emerger de su memoria. Cantaba con voz tímida al principio, con temor de que hubiera alguien en casa y ella no lo hubiera notado. A la segunda canción se disipó el miedo y comenzó a cantar una alegre melodía, de aquellas que tanto bailó los domingos en la plaza Bolivar. Era guapa entonces y los caballeron bien trajeados intercambiaban miradas entre ellos para buscar en sus ojos al contendor con más valor que la invitara a bailar. En su memoria o imaginación, a esa edad poco importa, veía su vestido azul ceñido a su cintura y sus zapatos brillantes deslizándose en las baldosas de la plaza mientras la orquesta aumenta con bríos ...
...
...
Al cerrar sus ojos llenos de lágrimas dulces, le abandonó la oscuridad de la ceguera de este mundo y se hizo la luz.